La sacerdotisa

Cuando el día rozaba el ocaso, las vistas desde el noveno nivel de la pirámide escalonada eran una maravilla indescriptible. Abajo, se encontraba la ciudad. Delante, se extendía el desierto. Más allá, un horizonte inexpugnable anunciaba la cercanía de unas nubes muy raras en esa tierra. Eran un presagio de la amenazante oscuridad que se avecinaba sobre todos ellos. Y ella lo sabía.

La sacerdotisa recordaba bien la tarde que, por primera vez, le habló a su sobrino, un muchacho admirable, del camino que todos, incluso sin saberlo, recorrían desde épocas inmemorables. Pronto, esa senda llegaría a una bifurcación en la que sería terrible decidir transitar por la dirección equivocada.

Esa vez, le habló sobre esa esencia primordial que todo ser vivo poseía dentro de sí. En el paso de una vida a otra, dicha substancia inmaterial, pero incontestable, podía vestir diferentes pieles, ajena a la memoria, aunque seguía siendo siempre la misma. La clave consistía en aprovechar cada oportunidad, en crecer con cada paso. Quienes no lo hacían se corrompían por el camino.

Le habló de todo ello, y el muchacho se entregó con interés y atención, del mismo modo que ella lo hiciera cuando fue aleccionada en los mismos saberes; si bien, en su caso, esto ocurrió, por desgracia, cuando ya tenía una edad mayor.

Porque la sacerdotisa había estado a punto de no llegar hasta allí, víctima de una serie de calamidades desalmadas que se ensañaron con ella. Cuando ella era una niña, sus padres, junto a sus hermanos, su hermana y ella misma, abandonaron el lejano país en el que siempre habían vivido, para entregarse a las responsabilidades que conllevaba la sangre que corría por sus venas. Pero personas oscuras la separaron violentamente de ellos, y la mantuvieron cautiva, haciendo que olvidase la alegría. Hasta que la rescataron. Entonces, decidió honrar a su desaparecida familia llevando a cabo las grandes tareas que ellos no llegaron a conseguir desempeñar.

Últimamente, pensaba con frecuencia en todo lo que había perdido. Meditaba en torno al secreto que ocultaba la pirámide escalonada, la energía tan ansiada por el enemigo. Era la razón de todo; inicio y final de la travesía. Dicha energía les llevaría a la bifurcación de sus caminos. Por ella, lucharían en la guerra.

Era inminente. En el cielo, la triple estrella se lo avisaba con su centelleo. La sacerdotisa escrutó un segundo más aquellas vistas. Decidió ir a visitar al oráculo. Ésta presentía la cercanía de un encuentro muy anhelado