El oráculo

El oráculo era una mujer acostumbrada a guardar secretos y confidencias. Muy pocos conocían las pesadas cargas que había soportado en tantísimas ocasiones. Unas veces, retenía sus vaticinios hasta darse el momento oportuno de desvelarlos. Otras, el hecho de transmitirlos podía llegar a alterar el adecuado devenir de los acontecimientos. O, simplemente, se callaba los testimonios que otros le habían confesado.

De lo que nunca le hablaba a nadie era de los instantes, como aquel, en los cuales le asaltaban las dudas. Desconfiaba de sí misma, de su capacidad y sus decisiones. Aunque, al final, sus flaquezas siempre se resolvían de la misma manera.

Nadie le había enseñado a entender su don. Se había desenvuelto impulsada sólo por su instinto. Cuando era sólo una niña, sus frases, primeros y dispersos vaticinios, habían provocado la irritación de algunos, e incluso la perturbación de los suyos. Con el tiempo, intuyó cómo emplear el conocimiento que su privilegiada visión le proporcionaba. La mañana que, en pos de un bien superior, se casó con un hombre a sabiendas de cuánto iba a maltratarla, supo que había asumido su sino.

La primera persona con quien conversó y aprendió realmente acerca de sus dones fue el padre de sus hijos. Le conoció después de haber abandonado la maldad y los negocios truculentos de su esposo; tras haber cruzado medio mundo, hasta llegar al desierto, la ciudad y la pirámide escalonada. Entonces, se convenció de que sabía cómo pervivir. Él le aclaró sus percepciones en torno a la luz, la oscuridad, las substancias y las pieles. A su lado, avistó el brillo de la triple estrella.

Su familia era muy extensa y ramificada. Por sus venas fluía la sangre centenaria que, a lo largo de generaciones y generaciones, había defendido el secreto que se ocultaba en aquella tierra sobre la que, actualmente, se cernía la amenaza de la guerra. El oráculo y los suyos habían sufrido y perdido. Ahora, a pesar de tener con ella nietos, sobrinos y bisnietos, solía sentirse sola. Y lo que nunca la abandonaban, ni a su avanzada edad, eran las dudas. ¿No estaría errando? ¿Acaso estaría loca? ¿En verdad merecía la posición que ocupaba en aquella comunidad?

Sin embargo, en efecto, sus dudas siempre se disipaban del mismo modo: cuando sus vaticinios se cumplían. Así volvió a suceder. Al vislumbrar la llegada del viajero al que tanto anhelaban supo que, una vez más, no se había equivocado. Por desgracia, eso significaba que todo lo demás era igualmente certero. La guerra, por tanto, era real e inminente. Ahora, la amazona debería ocuparse del recién llegado y ayudarle a alcanzar el objetivo que les aguardaba

 

2 comentarios

  1. Ana Bolox dice:

    Muy buen texto, desde el punto de vista narrativo, y muy curioso desde el punto de vista de la trama.

    Esta historia da para mucho, David: genial ese personaje que tiene que aprender a vivir conociendo el futuro. ¡Qué cruel sino!

    Te felicito.

    Un saludo.

    Ana.

  2. Muchas gracias por tu comentario, Ana. Y enhorabuena por tu trabajo nuevamente. Ya ves en Twitter que te sigo y retuiteo.

    Sí, la historia da para mucho. Esto son sólo pinceladas. Lo mejor está por llegar.

    ¡Nos leemos!

    Saludos