El decano

Esa noche, el decano tampoco podía dormir. Esa climatología no era para él, que, si bien toleraba el calor seco al que estaba acostumbrado, no lograba soportar la humedad del océano. También le influía ese otro ardor que palpitaba bajo sus pies, no precisamente lejos. Era, sarcásticamente, el que más le perturbaba.

Se levantó. Se refrescó la cara. Bebió agua fría. Salió a la terraza de la casa. Vivía cerca de la montaña, el enclave que le había conducido hasta allí. En sus ratos más paranoicos, pensaba que ese lugar pretendía repelerle, hacer su existencia fatigosa. Pero no podía dejarse enajenar por dichos pensamientos. Debía domar el hallazgo portentoso, ya que, aparte de los muchos beneficios que podía reportarle, presentía que sólo su poder podría frenar su deterioro oculto, su gran secreto.

Pues el decano estaba loco. Una pulsión desestabilizadora crecía dentro de él. Habitaba en su interior desde hacía décadas. Era algo que podía haberse desencadenado en un punto concreto que él no acababa de ubicar, que había aumentado gradualmente. Su mente fabricaba imágenes y sonidos inquietantes, unas escenas remotas igual de vívidas que imposibles, las cuales le obsesionaban. Estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para controlarlas. Ya lo había hecho.

Recordaba con creciente vaguedad que, en otro tiempo, había sido una persona bastante diferente. Había sido un hombre con pasiones vivificantes e incluso enamorado, aunque aquello lo estropeó sobremanera. Aspectos como el matrimonio o la paternidad habían sido huidizos para él. En cambio, se había colmado de éxitos profesionales, de dominios despóticos y de una enorme pasión por las historias y leyendas que ahora sabía que no eran, en absoluto, fantasiosas.

No obstante, lo que más le motivaba no era obtener el éxito o los beneficios, ni aplacar las voces de sus otras pieles, esas que violenta y dementemente entreveía; sino el afán de revancha, de revancha contra aquella familia: un padre, una madre y dos hijos. Se había cruzado con ellos durante demasiado tiempo. Por eso, quería tenerles cerca.

Y, en esta ocasión, lo conseguiría. Porque, esta vez, la familia estaba debilitada. El padre ya no estaba. Ahora ellos sólo eran tres. Mientras él podía ser mucho más que uno sólo