El vigía

El horizonte era una gran línea ininterrumpida. En todas direcciones, desde hacía días, la vista sólo encontraba dos cosas: cielo y océano. Ahora, un tercer elemento perseguía su destino entre ambos. Era el barco.

Todas las noches, las constelaciones se reflejaban en la superficie del mar. Durante las horas más negras de la madrugada, ni siquiera se lograba distinguir qué era superficie y qué era firmamento. Aun así, el barco proseguía. Algo latía en el horizonte.

El chaval se encaramaba a la cofa del palo mayor y cumplía su misión. Como vigía, ésta era evidente: otear sin tregua en lontananza, en busca de algún punto u otra señal que indicara la cercanía de tan enigmático destino, aquel por el cual, unas jornadas antes, se habían distanciado del continente. Buscaban una isla.

El chaval se deleitaba con el inmenso paisaje que, a pesar de monótono, él nunca se cansaba de admirar. Escuchaba el rumor del oleaje. Olía el aroma salado de esas aguas. Soñaba despierto, y recordaba cuando dormía. Muy pocas veces abandonaba aquel puesto. La soledad no le atribulaba; de hecho, él incluso la prefería. Él, que lo había perdido todo violentamente, consideraba que lo más seguro era no volver a aferrarse a nada; de ese modo, jamás se arriesgaría a perder de nuevo.

La guerra arrasó toda su infancia y, en definitiva, toda su vida. Vivía en una aldea, en una comunidad humilde y sencilla. Su padre era el molinero. Él le ayudaba cada jornada. Sus hermanas corrían felices por los campos. Su madre cocinaba maravillas. Los señores eran benévolos. Todo estaba donde se suponía que debía estar. Hasta que los feroces foráneos irrumpieron abruptamente en aquella existencia. Destruyeron la aldea, esquilmaron sus pertenencias, asesinaron a los hombres, violaron a las mujeres, arroyaron a los niños Pero él se salvó, puesto que su padre, en el momento oportuno, pudo esconderle en una desapercibida despensa subterránea del molino.

Sobrevivió a las llamas. Y, muchas veces, se preguntaba por qué, puesto que todo se le antojaba un sinsentido. En una ocasión, un viejo amigo le dijo que él se había salvado porque su papel en la historia todavía no se había terminado de relatar. Y, en noches como aquella, ahí, en lo alto del palo mayor, cuando se enrocaba en su soledad, el chaval entendía que sus pensamientos eran injustos y desacertados. Porque él no estaba solo, no. Pues a él le habían rescatado.

Su salvador fue el caballero, el hombre que le adoptó, y gracias a quien viajaba en esa embarcación. No obstante, el chico presentía que no todos a bordo eran igual de fieles a su protector. La conspiración se fraguaba en las tinieblas. Por ello, el vigía no sólo estaba atento al horizonte, sino también a los susurros

 

2 comentarios

  1. Alicia Fdez-Cañaveral dice:

    Me gusta, me gusta mucho. 🙂

  2. ¡Me alegro mucho! 🙂