En ocasiones, especialmente cuando sus fuerzas y ánimo flaqueaban, el druida cerraba los ojos, respiraba profundamente, y recitaba para sus adentros: “Yo soy la luz”. Nunca lo decía movido por el desvarío o el engreimiento. Lo afirmaba porque, para su desgracia, sabía muy bien dónde se hallaba la oscuridad.
Todos le conocían como “el druida”. Casi nadie sabía cuál era su nombre, aunque a él no le importaba. Ostentar ese título sin miedo, en un país donde él era un forastero, donde se extendía una religión nada abierta al pensamiento disonante, era el mejor homenaje que él podría rendirle a la familia que tuvo décadas atrás, la cual fue perseguida por sus creencias, tildadas de heréticas.
El druida había estado solo la mayor parte de su vida. Con frecuencia, se rodeaba de mucha gente. Sin embargo, esos lazos no solían ser ni duraderos ni arraigados. Estaba acostumbrado a la soledad. Sus compañeros de senda eran la curiosidad, la testarudez y el descubrimiento.
Recientemente, gozaba de una posición bastante cómoda y privilegiada que, aun así, le provocaba la aversión de cierta persona tenebrosa. Esa era una circunstancia de la que él era consciente. La soberana le había acogido a modo de consejero y amigo personal. Y solo en él confiaba el cuidado de su bebé enfermo.
Fue el druida quien tuvo aquel sueño. Él soñó con una isla lejana. Ocurrió muchos años atrás. Desde ese momento, esa imagen onírica se convirtió en una obsesión, una meta que alcanzar. Así, había investigado profusamente. Halló mapas y relatos antediluvianos. Estos decían que existía una isla de localización enigmática, en cuyas entrañas palpitaba un poder extraordinario; uno capaz incluso de sanar la rara enfermedad que menguaba la vitalidad del bebé Rey.
Ahora, el druida temía haber sido el causante de cierta cadena de acontecimientos que podrían provocar la caída de aquellos a quienes profesaba su cariño y lealtad. El barco no retornaba. El tiempo se agotaba. Y él, vigilando con temor todos los amaños del cardenal, murmuraba para sí: “Yo soy la luz. Tú, la oscuridad”…