Legado escarlata

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No le gustaba ensuciarse las manos. Lo evitaba siempre que fuese posible. Delegaba en otros aquellas tareas que le repelían. Toda su vida había sido un remilgado. Recelaba de contactos, contagios, gérmenes, bacterias y, sobre todo, del mal fario. Hoy, en cambio, sí iba a mancharse las manos, si bien lo haría por un bien superior: su legado.

Descendía de una longeva y ramificada familia, en la cual él era un miembro olvidado, el del medio o incluso un mediocre. Había tenido mala suerte. La ventura le asestó un mal golpe. Él se recluyó en su trabajo. Desertó de sus lazos sin remordimientos.

Estuvo despistado mucho tiempo. Eso cambió recientemente, cuando conoció a alguien especial, alguien a quien no esperaba ver nunca, alguien que provocó que recapacitara acerca de todas sus determinaciones. Así, surgió en él un empeño.

Era una cuestión de familia, de consagrarse a su legado. Retomaba y expandía el camino abierto por otros. Aprendería de los fallos. No sería un mediocre. El polvo del “azafrán” se convertiría en un hálito escarlata. Y, hoy, retornó a la labor de boticario.

Enguantado y cauteloso, creó aquella pastilla mortífera. Lo hizo por su legado. No tuvo contrición. Se mancharía las manos, y lo haría con la sangre de su propia familia.

 

4 comentarios

  1. Ángel dice:

    Qué misterioso e intrigante este relato… Está genial.

  2. Muchísimas gracias, Ángel, como siempre. La semana que viene hay que estar muy atentos al blog.

  3. Noa dice:

    La historia del origen del azafrán… ¡y de cómo su creador quería huir de la mediocridad haciendo la paella perfecta!

  4. Es una interpretación plausible…