La otra ciudad y el gafe

La otra ciudad y el gafe

Un hombre podía superar muchos avatares y, aun así, tardar décadas en comprender el valor del hogar. Él, tan zarandeado por las sacudidas de la ventura veleidosa, tardó casi cuarenta años en entenderlo. Descubrió la importancia de un hogar cuando el suyo fue engullido por las sombras, por una oscuridad de la que él sí logró escapar.

Un hombre podía ser libre de nuevo y, aun así, no poder escapar nunca de las cargas de su más profunda maldición. Su naturaleza más innegable y su código de honor le habían llevado a ese rincón umbrío, en las afueras de esa otra ciudad, esa que no era la suya, y al acecho de la próxima víctima de su más truculenta capacidad.

Se sentía forastero en las calles de la capital, si bien aprovechaba el anonimato para su rastreo tenebroso. Así, inadvertido, observó cómo cierto tipejo echaba el ruidoso cierre de su licorería. Había vigilado los horarios y rutinas de ese tipo durante una semana y ya tenía listo el plan. Aquel pendenciero iba a recibir su merecido.

Porque un hombre como él podía saber qué significaba un hogar, añorar el suyo y gozar de la recobrada libertad, pero jamás dejaba de ser gafe si había nacido con la lacra del mal fario. Y ahora había localizado al desgraciado a quien pronto echaría mal de ojo.