¿Cuándo comenzó? ¿Cuándo nació ella?, ¿y cuándo su don? ¿Cuál era el origen de esa larga cadena? Contaba casi noventa años de edad. Pese a ello, regresaba a las mismas cuestiones, aunque hacía tiempo que ya conocía las respuestas, pues todo empezó a la vez. Su don y ella eran uno solo. Procedían de la energía que enhebraba el mundo.
Cuadernos, lapiceros, bosquejos, virutas y pedazos de papel. Ese era su singular tesoro de esquinas ajadas y texturas apergaminadas. Era su legado. Era su obra. ¡Qué pocos la comprendían realmente! Ella no adivinaba; presentía. Veía la fuerza que gobernaba el mundo. Plasmaba sus vaticinios: inspiraba, espiraba, y sus dedos trazaban.
Esa noche, primero vislumbró la imagen de un bruno minino. ¿Por qué? ¡Qué más daba! Las cosas iban y venían. Más tarde, acompañada de su nieto, asistida como siempre por su infinito amor, habló, por fin, de aquel hombre que se avecinaba, y del amuleto que le distinguiría. Su nieto se encontraría con él. Si estaba solo, estaba perdido.
Era un hombre solitario y taciturno, que nació con una maldición. Su dañada memoria añoraba lo que no conocía. Le aguardaba un destino impío.
Sobre la libreta, dibujado a grafito, apareció su amuleto: un trébol de cuatro hojas.
Cada vez más intrigas.
En Ciudad Fortuna las intrigas nunca faltan. ¡Atentos a los próximos anuncios!